Asomarse a un mundo

Publicado el

La secadora acaba de ponerse en marcha y tengo por delante veinte minutos en el sótano de la lavandería. Miro a ver qué hay en el estante de los libros que dejan los vecinos y encuentro un tomo de cuentos de Isaac Bashevis Singer. Durante unos años creo que leí todas sus novelas y casi todos sus cuentos y sus libros de memorias, y siempre me hago el propósito de volver a algunos de ellos, sobre todo a “Sombras sobre el Hudson”, que leí sin poder imaginarme que ese barrio de la novela acabaría siendo el mío. Es raro volver a encontrar en la literatura lo que antes fue un espacio novelesco y ahora es el vecindario por el que se mueve uno. Abro el libro y encuentro la primera historia, y se me olvida el ruido de las lavadoras y las secadoras: El Spinoza de la calle del Mercado. En una noche tórrida de verano un erudito que lleva treinta años estudiando la Ética de Spinoza aparta los ojos del libro que se sabe de memoria para mirar a los insectos que se queman en la vela que ilumina su buhardilla, y para asomarse a la ventana en busca de algo de alivio para el calor. Ve abajo, en una plaza, el barullo de la gente, oye los gritos de los vendedores, los sonidos que vienen de las ventanas abiertas, en el barrio judío de Varsovia, hacia los años veinte, la espesa vitalidad de las calles superpobladas en la noche de verano. Cuando Bashevis Singer escribiera el cuento ese mundo habría dejado de existir, arrasado por el genocidio y la guerra. El mismo idioma en que escribía, el yiddish, se estaba desvaneciendo, por el camino más rápido y eficaz que existe para acabar con una lengua, la eliminación física de quienes la hablan. Él decía que como le gustaba escribir de fantasmas le venía bien escribir en una lengua casi fantasma.

Ha terminado la rotación de la secadora antes de que acabara el cuento. En veinte minutos he estado completamente sumergido en otro mundo. Cómo no va a gustarnos tanto la literatura.